Disneygación: apropiación del
patrimonio ajeno
con máscara de originalidad
Una de las
empresas más importantes en la sociedad
global es Disney, y su importancia no sólo se debe a su valor económico, sino a
su presencia en prácticamente todo el mundo, presencia no sólo física sino
también dentro del imaginario social,
construyendo clichés y estereotipos. “Su éxito estriba en su omnipresencia”,
según Todd Gitlin[1].
La mayoría de la gente ve a la empresa Disney como inocente creadora de películas
y accesorios infantiles, y hasta como difusora de valores morales que complementan
la educación de los niños, a través de historias ambientadas en distintos
países y épocas, dando una idea de
diversidad cultural.
En las
producciones cinematográficas de Walt Disney, se presentan personajes que se
han hecho famosos gracias a esta empresa, por no decir que parecen creados por
sus escritores, dibujantes, y a últimas
fechas, animadores. Pero lo que en este texto quiero demostrar es justamente lo
contrario, afirmando que no se puede calificar a Disney como una
compañía con producciones originales, ya que las historias y personajes no son
creados por ella, sino que se apropia de obras literarias de otros creadores. Para hacer este trabajo tomaré como punto de
partida algunas ideas de Jonathan Lethem, autor de Contra la originalidad, quien opina que la originalidad es una virtud
sobreestimada. Y es que el problema con Disney no es la reproducción de historias ya existentes, sino la forma en que
lo hace, empezando por no respetar la carga simbólica de las historias orales
o literarias en que se basa para hacer
las películas, y monopolizando el patrimonio de los escritores o de las naciones
creadoras de las historias que anima.
Contra la originalidad
Desde
temprana edad, Lethem ha sentido cierta atracción por el collage artístico, es
por ello que en su ensayo
Contra la originalidad cuestiona el nicho de culto en el que ha
sido colocado al acto creativo y
la supuesta originalidad en el arte. Lethem argumenta que todo artista, y ser humano en
general, se ha construido a partir de influencias, es decir experiencias
previas y conocimientos que han sido aprendidos de otras personas y sus obras.
El autor
sostiene que desde siempre, todas las creaciones del hombre han convivido con sus
imitaciones, réplicas, falsificaciones, ecos y herencias. Para
Lethem, la cultura es un ambiente común del cual
todos tomamos una pequeña parte y la resignificamos, es ahí, en esa
apropiación, y no en la obra en sí, donde en todo caso, puede radicar la
verdadera originalidad.
Lethem
encuentra ridícula la reacción agresiva
de quienes denuncian apropiaciones
y préstamos en forma de covers, sampleos, y como él dice, segundos usos de sus
obras, en lugar de entender y apreciar los beneficios de la influencia de un
artista sobre otro.
Se supone
que para protección de las ideas, obras artísticas e intelectuales y sus autores, han sido creadas las leyes de
autor y el copyright, sin embargo, en realidad, muchas veces el autor no es el
más beneficiado, y quienes realmente obtienen las verdaderas ganancias, son las
disqueras, las editoriales, es decir los intermediarios. Las políticas de
algunas empresas de difusión dictan que cuando un autor acepta que se difunda
su obra, la compañía intermediaria le impone ciertas condiciones, entre las
cuales está que a ella le corresponden algunos derechos sobre la obra. Por toda
esta situación y como crítica a la tiranía del copyright y su avaricia de convertir todo en propiedad privada, Lettem
escribió dicho texto, cuyo título original es The Ecstasy of Influence, a Plagiarism, un
ensayo que armó con las ideas que lo han influenciado, en el que incluye frases
de otros autores, ya sea citadas directamente
o parafraseadas. Al final del libro agradece a esos autores para pagar su deuda. Pero al mismo tiempo,
invita a su lector, si éste así lo desea,
a dejarse influir por su ensayo, bendiciéndolo por tomar sus palabras.
En el modo de vida occidental, la propiedad privada
es uno de los conceptos más valorados, por lo tanto, se cree
que todo aquello que tiene un valor, debe forzosamente pertenecerle a
alguien. De ahí el énfasis en la
importancia de los derechos de autor. Pero Lethem descalifica la idea de que la cultura puede ser propiedad privada (propiedad intelectual), ya
que para él, los derechos de autor, en muchos casos no es una protección al
creador de una obra, sino un pretexto para que grandes empresas monopolicen la
cultura y lucren con lo inalienable o con el patrimonio común. Esta
descalificación la define a través de
una defensa de la cultura del regalo que cuestiona el supuesto carácter de ley
absoluta de los derechos de autor, pensándola más bien como una negociación
constante e imperfecta.
El
corta-y-pega, o cut-up, es para Lethem una herramienta normal y
común de cualquier escritor, artista
plástico o músico. Un ejemplo emblemático es Bob Dylan, quien ha extraído para
sus canciones, fragmentos de películas de Hollywood, de Scott Fitzgerald, del
escritor japonés Junichi Saga y del propio Shakespeare. Pero, congruente con
esa actitud, Dylan nunca ha demandado
cuando alguien canta sus canciones o un fragmento de ellas.
Hemingway
hizo famoso a John Donne por rescatar su frase “nunca preguntes por quién
doblan las campanas; doblan por ti” para el título de su libro, y fue entonces
cuando la frase se hizo famosa. Lo interesante en este punto es que a veces,
los segundos usos, usos para los cuales la obra no fue concebida, resultan tener más
impacto que la primera, cumpliendo así la función de difundir las ideas y las obras de arte, por lo que los artistas, en
vez de sentirse ofendidos por el segundo uso que otro artista le dé a su obra,
deberían estar expectantes para descubrir qué más puede hacerse con ella y qué
otros significados y formas ésta puede
llegar a tener.
El arte, según Lethem, se mueve entre dos economías: la de mercado y la de regalo,
aunque puede venderse y salir bien librado como obra artística aún cuando sea
comerciado. Lo que diferencia estos dos tipos de economía es que la de regalo
implica un vínculo sentimental, mientras que
la de mercado, no necesariamente[2]. A veces, incluso cuando paguemos por la
entrada a un concierto o una obra teatral, por ejemplo, podemos experimentar sensaciones estéticas que
no tienen nada que ver con el precio. Tenemos la impresión de que podemos pagar
el precio de una obra, pero nunca su
valor. Esto es importante porque supuestamente el arte es creado para
enriquecer espiritualmente al mundo, es decir que su ámbito es, o debiera ser,
la economía de regalo, pero a veces, la legalidad esconde la causa para la cual fue hecha, en este caso, las leyes de
derechos de autor terminan por obstaculizar
la intención de ampliar el mundo, y en lugar de eso, lo empequeñecen.
El collage es según Lethem, la mayor forma del
arte de los últimos siglos.
Básicamente, todas las ideas son de segunda mano, ya que han sido tomadas consciente o inconscientemente, de millones de fuentes externas. El plagio es para él una semilla inevitable, pero también reconoce que hay “de plagios a plagios”, por decirlo de algún modo. Es decir, un mal plagio es reconocible porque no añade ningún valor extra que transforme lo prestado en algo nuevo, y un buen plagio puede definirse como una apropiación que da como resultado una nueva significación.
Básicamente, todas las ideas son de segunda mano, ya que han sido tomadas consciente o inconscientemente, de millones de fuentes externas. El plagio es para él una semilla inevitable, pero también reconoce que hay “de plagios a plagios”, por decirlo de algún modo. Es decir, un mal plagio es reconocible porque no añade ningún valor extra que transforme lo prestado en algo nuevo, y un buen plagio puede definirse como una apropiación que da como resultado una nueva significación.
Para
reforzar esta idea, Lethem retoma la historia “Lolita” de Nabokov negando que se trate de un plagio a pesar de haber tomado prestado el argumento del relato
con el mismo nombre, publicado cuarenta años antes por Heinz Von Lichberg. Como
contraejemplo, acusa a la compañía Disney (y al propio Walt Disney) de
plagiario imperial que ha robado ideas a diestro y siniestro, pero que
sobreprotege con un ejército de abogados a sus creaturas compuestas y
banalizadas.
Disneygación
“El ‘copyright’ no es un
‘derecho’ en ningún sentido absoluto; es un monopolio otorgado por el gobierno
sobre el uso de los resultados creativos”[3], dice Lethem, mostrando
una clara noción de lo que es y para qué es en realidad el copyright. El ejemplo más evidente de este monopolio de la cultura
se manifiesta en las producciones de la compañía cinematográfica Walt Disney.
Este ejemplo es explicado por el autor con ayuda del concepto “hipocresía de
las fuentes”, o Disneygación, en alusión a su más destacado representante, y
que es definido por la manera embustera en que
la compañía Disney se enriquece a partir no sólo del trabajo de otros,
sino, peor aún, del patrimonio cultural, a veces milenario, de otras culturas,
apropiándose de los derechos sobre este material y defendiéndolo como idea original, devaluando además, los valores originales con que sus verdaderos
creadores los idearon. El copyright
es utilizado por la empresa como vía
incuestionablemente legítima para reinventar tradiciones populares u obras
literarias y que, a pesar de haber creado su legado con el trabajo de otros, se
niega a cualquier utilización artística de "sus" personajes.
Según las ideas de Lethem, Disney pudiera estar
dándole un segundo uso a las creaciones de otros artistas, sin embargo, creo
que donde se rompe esa lógica es en el hecho de que para que ese segundo uso
sea válido como una resignificación, es necesario enriquecer la idea original,
y lo que hace la compañía Disney es justamente lo contrario, pues despoja a las
obras literarias, a los mitos que dan sentido a las identidades sociales y a
sus personajes de su naturaleza cargada de sentido, sabiduría y complejidad.
Retomando la idea de la economía de mercado y la del regalo, puede
decirse que Disney está inmersa en la primera, pero de una manera hipócrita y
ventajosa. Interpreto que cuando una obra está dentro de la economía del
regalo, no se trata literalmente de obsequiarla, sino del lugar que tienen sus
prioridades, de modo que aunque un autor busque vivir de sus creaciones, su
principal motor es el de enriquecer el mundo, y a cambio, el mundo le dará un
estado de bienvivir, en una relación equitativa. Sin embargo, Disney, se
apropia de patrimonio cultural del mundo, lo banaliza, lo ridiculiza, lo reduce
a su forma más escueta, lo transforma en mensajes que fomentan la discriminación, los
estereotipos, la cultura de lo light, la de la estupidez (pues la pone de moda),
y luego, ese producto, lo devuelve al mundo, pero a cambio de sumas económicas
que superan por mucho lo invertido, aunque se trate de grandes producciones. O
sea, la casa productora se enriquece como consecuencia de simplificar la
sabiduría popular y todavía se la vende a los despojados…. ¡quienes la
compramos!
Disney tiene un amplio compendio de películas y obras animadas,
compendio que ha ido ampliando gracias a la creatividad de otros artistas. Como
ejemplos, se pueden citar algunas películas: “Pinocho” basada en el libro de
Carlo Collodi “Pinocchio: Storia di un burattino” (Pinocchio: Historia de una
títere); “Bambi”, hecha a partir de “Ein leben im walde” (Una vida en el
bosque), del austriaco Felix Salten; Dumbo, basada en “Dumbo, the flyer elephant”
de Helen Aberson y Harold Pearl; “Peter Pan”
de James Barrie; “La sirenita” de Hans Christian Andersen; “El planeta
del tesoro” del libro “La Isla del tesoro” de Robert Louis Stevenson; El Libro
de la Selva, basado en “El libro de las tierras vírgenes” de Ruyard Kipling;
Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll; Cuento de Navidad, tomado
de “Canción de Navidad”, de Charles Dickens; El jorobado de Notre Dame, basada
en Notre Dame de Paris, de Víctor Hugo; “Pocahontas” parte del relato que el
propio John Smith, colonizador inglés, escribió en 1616.
Algunas otras películas se han realizado en base, no del acto creativo
de artistas en un sentido individualista, sino de la tradición popular de otras
culturas, por ejemplo: “Mulán” basada en el poema que data de la dinastía Ming “Oda
a Mulan”, que a su vez es parte de un grupo de relatos llamado “Las leyendas
del Mono muy triste”; Aladino, extraído del libro “Las mil y una noches”; “El
Rey León”, que es una combinación de ambos casos, pues mezcla la historia de
William Shakespeare “Hamlet” y la leyenda sudafricana “Kimba, el león blanco”; “Hércules”, donde el personaje principal es un hijo ilegítimo de Zeus en la mitología griega;
“Robin Hood”, que es un personaje legendario de la historia
inglesa, (en su manuscrito Piers
Plowman,
(Pedro el Labrador), William Langlan ya lo menciona en 1377, y la obra más
famosa donde aparece su nombre es Ivanhoe, de 1820 de Walter Scott); también tomada del folclore inglés, está “La espada en la piedra”,
haciendo alusión al origen del rey Arturo de Camelot; “La Cenicienta”, “La
bella durmiente”, “El sastrecillo valiente”, “Blanca Nieves y los siete enanos”
son ejemplos de leyendas europeas, recopiladas por varios autores, entre
los más famosos son los hermanos Grimm y
Charles Perrault; “La Bella y la Bestia” es también un cuento tradicional
europeo que tenía muchas versiones, pero el primer registro escrito lo
hizo Gianfrancesco Straparola en 1550.
La compañía Disney ha hecho de cada una de estas
historias un producto de moda, superficial y pasajero. Mientras una película está
en cartelera, hay que comprar todos los accesorios alusivos a ella: mochilas,
tenis, playeras, cuadernos, etc., pero cuando es sustituida por otra, la
primera resulta obsoleta, y hay que desechar esos productos, no importan que
aún sirvan, ya son viejos y anticuados, aunque tengan seis meses. Entonces,
historias y personajes que condensaban sabiduría popular, contenido histórico,
que era la manifestación de cosmovisiones, Disney las convierte en imágenes vacuas
y fugaces. Estas narraciones que dan
identidad a las naciones, incluyen también los relatos históricos, de modo
que la memoria es convertida en
mercancía, perdiéndose el vínculo de los hombres y los pueblos con su pasado.
“Y junto con el pasado se pierde la evidencia de nuestra identidad (…)
desarraigados, consumimos todo con un placer indiferenciado”, según palabras de
Françoise Gaillard[4].
Conclusiones
Disney, no sólo se apropia de
creaciones ajenas, sino que además, lo hace desde una posición muy ventajosa,
pues a través de artistas muy bien
pagados, homogeniza la percepción que la gente pueda tener acerca de las
historias y personajes, por ejemplo, si pensamos en la Cenicienta,
inmediatamente se nos viene a la cabeza de una chica caricaturizada con cabello
rubio, ojos azules, vestido brillante del mismo color que combina con una
diadema y obviamente la zapatilla de cristal; es decir la imagen hecha per
Disney, y lo mismo ocurre con Peter Pan, Mowgli, Blanca Nieves, y el resto de
su larga lista de personajes. Con ello también se crean imaginarios de cómo
deben ser las personas, así que pensando en Cenicienta, una buena mujer debe
parecerse a alguna princesa de Disney.
Hace poco estuve platicando con una amiga acerca de personajes
literarios y yo empecé a hablar de Peter Pan y su doble naturaleza: por un lado
es un niño en un hermoso sentido, porque vive cada instante, cada juego
intensamente y no le teme al tiempo, pero por otro lado, le tiene miedo a la vida y
a la responsabilidad que implica la hombría. Mi amiga dijo que Peter Pan le
caía mal porque era una “cosa hermafrodita”, que era un “escuincle feo y
caprichoso”. Después de explicarle lo complejo que a mí me parece el carácter
ambiguo de Pan, me di cuenta que
estábamos hablando de personajes distintos: yo hablaba del Peter de James
Barrie y ella, del único que conocía: el niño vacío de Disney. Y eso mismo
sucede con muchos otros personajes. Y todo esto con el objetivo de crear
productos más digeribles, y por tanto, más vendibles.
Así es como los estudios crean y fomentan
estereotipos de género, razas,
condiciones socioeconómicas, etc., reduciendo los personajes a sus expresiones más
simplistas y superficiales.
Esta tendencia, con Disney como máximo representante, demuestra que el
principio de apropiación de la cultura genera apropiación económica desde la
gente y los pueblos hacia el enriquecimiento de unos cuantos, es decir “las
deudas culturales fluyen hacia dentro, pero no hacia fuera”[5]. Esto quiere decir que al
monopolizar la cultura de otros en nombre del dinero, se generan situaciones de
injusticia social, ya que unos cuantos se enriquecen a costa de la sabiduría y
el trabajo de muchos. La cultura occidental, con Disney como uno de sus
rostros, niega otras expresiones culturales, pero les arrebata sus cosmovisiones, las simplifica, ¡y todavía
se las vende!
Creo que en la carrera de Arte y Patrimonio Cultural resulta importante reflexionar acerca de este tema
porque hay que analizar las industrias culturales y sus formas de consumo, ya
que desde una perspectiva económica y globalizadora, el patrimonio resulta muy redituable,
como la compañía Disney lo ha comprobado una y otra vez. Sin embargo, si lo que
se busca es la permanencia viva de la identidad manifestada en el patrimonio
cultural de los pueblos, es decir, desde una perspectiva más humanista que
económica, hay que cuestionar el uso de ese patrimonio, ya que, en palabras de
Gaillard, “hay que considerar los cuentos
en el equilibrio psíquico de los individuos y la de los mitos en la
estabilidad de las comunidades humanas”[6]. Esto quiere decir que la
banalización de las historias puede estar contribuyendo a la decadencia social
que vive el mundo occidental en la actualidad. Por otro lado, valorar y
entender las obras literarias, los cuentos populares y los mitos, ayuda a reforzar identidades y otorga a la
humanidad más posibilidades de entenderse, comprender el mundo y al otro, y así ampliar las posibilidades de equidad y
felicidad.
Bibliografía.
Gaillard, Françoise, Mickey, “La promesa de una felicidad global”, en la
revista Letras Libres No. 28, 2001.
Gitlin, Todd, “La Tersa Utopía de Disney”, en la revista Letras Libres No. 28,
2001.
Lethem, Jonathan. Contra la originalidad, México, Tumbona Ediciones, 2007.
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